Larroque pone en evidencia lo violento de los grandes relatos: Hitler, Videla, los tuvieron y no los abandonaron nunca. Y a su renuncia a suscribirlos, creo yo (y ésta es mi tesis), subyace un fenómeno de época: en el Presente Lubertino, en la Argentina en la que “nazi” ya es una sombra, un insulto abstracto, campea una depresión esencial, cierta envidia del pasado proveniente de la constatación de que la violencia parece ser lo único real más allá de los relatos. Sería difícil, en efecto, imaginar algo que tenga más cuerpo que la violencia. La dictadura fue indudablemente real y, por más estrategias simbólicas que se pongan en juego, cuesta alejarse de ese agujero sangriento en el almanaque, abandonar el lugar en que habíamos caído, ese colofón de la política desbocada. Sí: descendimos, innegablemente, a esa locura.